Aunque sólo fue un momento, me dio tiempo de observarla bien: volaba a una velocidad constante, como si su energía emanara serenidad, mientras se acercaba cada vez más a perderse tras la montaña. Me pareció que esa estrella no estaba muerta, sino viva, más viva que nunca, y que había salido de viaje al cielo de otros universos para que la vida pudiera asombrarse de su bella curiosidad.
Es una estrella fugaz y una estrella eterna, porque en el momento en que se observa no vuelve a pasar y se queda grabado, circulando, para la vida que nunca se va. Ni siquiera un agujero negro puede hacer que su existencia desaparezca.
De repente comprendí que era así como deseaba vivir: como una estrella de fugaz eternidad. ¿Cuántas cosas me quedan aún por expresar? Moverme con fluidez; saber que cada paso que doy deja huella. Veo un porvenir donde estoy subido a una supernova que ansía salir de su sistema. Mi imaginación se abre a medida que mi negra pupila se dilata cuanta mayor luz soy capaz de asimilar.
Cierro los ojos, miro dentro y camino despacio, con prudencia, por mi universo para no cegarme. Dar tiempo al tiempo hasta fundirme con el Kosmos1. Es entonces cuando despierto al mundo y vuelvo al acantilado, donde la brisa pasa por mi rostro como ha pasado por otros. Su leve roce hace que se disperse polvo de estrellas de mi piel.
1 Kosmos (del griego): los griegos creían que el Cosmos, escrito con /k/, tenía una conciencia propia, ordenada e inteligente.
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